4.5.10

Un mapa del tesoro en una servilleta mojada

Mi anterior post hablaba sobre algunas diferencias de la narración literaria y la audiovisual.

Una de las frases que escribí ahí me ha hecho pensar un poquito. Decía que el cine parece incapacitado para lo genérico, todo en él es específico.

Escribimos esto en un guión: “CARLOS coge un libro. Lo abre. Se duerme antes de leer la primera página”.

El cine es, en esto, como la realidad. En la realidad no existe “un” libro. Existen libros precisos: manuales de jardinería, novelas bélicas… No, me equivoco. No existen manuales de jardinería ni novelas bélicas: existen “Monte Cassino” de Sven Hassel y “Cómo cultivar los mejores bonsais” en la edición rústica, de tapa plastificada.

En cine no existe “un tipo atractivo, de casi cuarenta años, de aspecto algo descuidado”. En cine existe el mejor actor atractivo de cuarenta años que el productor y el director hayan podido encontrar (y pagar). En cine está Alberto San Juan, con gorra y sin afeitar, vestido con unos vaqueros que te recuerdan a esos que acabas de tirar porque ya no podías ponerte. Si el espectador tiene una opinión concreta sobre Alberto San Juan, o les tiene manía a los hombres que llevan gorra, es difícil lograr que se sobreponga a estos prejuicios y contemple la película de manera más objetiva.

En cine no existe una casa vulgar, decorada con pósters de dudoso gusto. En cine existe este piso estrecho, con paredes de gotelé blanco, una lámpara dorada, un mueble de madera laminada, una lámina con un ciervo atacado por tres perros feroces. Uno le muerde el cuello. Aunque la casa parece vacía, hay un cigarrillo a medio fumar en el cenicero de cristal verde, sobre la mesa de cristal y estructura metálica.

Por favor, mirad este vídeo. Es del inicio de "La noche americana" de Truffaut (siento la mala calidad de imagen, no lo he encontrado subtitulado en mejor resolución). Describe, mucho mejor que yo, algunos de los dilemas de un director de cine.



Cuando Truffaut, en esta secuencia de “La noche americana”, elige entre las pistolas que le ofrece el armero de la película que está rodando, está haciendo específico lo abstracto. Su director de arte ha tomado la decisión de reducir lo que el guión llamaba genéricamente “una pistola” a esos cinco modelos que le presenta al director. Éste elige uno de los modelos. Llevado tal vez por el azar, el gusto personal, cierto afán de verosimilitud y por un detalle que menciona: las manos del actor son pequeñas, mejor que la pistola no sea demasiado grande.

Casi todas las preguntas que el equipo hace a un director son sobre aquellos elementos que han quedado (necesariamente) en off en un guión. ¿Quiere que se vea la puerta mientras ella habla? ¿Quiere que haga este gesto cuando menciona que ha comido demasiado? ¿Quiere que la luz entre con fuerza por la ventana o, más bien, que bañe la habitación con suavidad? ¿Acento neutro o ese ligero deje sevillano que le sale al actor naturalmente cuando no está interpretando? ¿Nos centramos ahora en la reacción del hijo al escuchar la lectura de la herencia o en el rostro del abogado? ¿Tal vez un plano detalle de la cláusula que la viuda consiguió introducir a última hora? ¿Y la sonrisa de ella?, ¿Merece un plano corto o sería demasiado obvio?

Una de las cosas que más llama la atención a un guionista cuando va a un rodaje es el fervor con el que el equipo guarda sus copias del guión. Repiten las descripciones de memoria, casi como si de versículos bíblicos se tratara. Releen los párrafos para extraer de ellos toda la información posible: ¿aquí el personaje de Raquel sigue llevando la chaqueta sobre los hombros o no? Alguien lleva semanas buscando una sudadera roja y tú, que escribiste el guión hace más de un año, no te acuerdas de qué personaje la llevaba. Otro ha creado un fantástico cartel promocionando las bellezas de la región de Murcia sólo porque tú, una noche de insomnio, quisiste hacerle así un homenaje a la autonomía en la que nació tu novia. Los actores te felicitarán. Te dirán que su personaje es muy rico, lleno de matices. Luego te preguntarán si, en el fondo, odia a su madre, como ellos interpretan después de haber leído cierta réplica. Volverás a leerla y pensarás: "bueno, tal vez odia a su madre. Y yo sin saberlo..."

Un guión que incluyera todos esos datos que el equipo técnico y artístico solicita con avidez sería imposible de escribir y de leer. No creo que tengamos que aspirar a redactar ese documento imposible (que, de todos modos, seguramente sería ignorado por el director, que se vería invadido en sus funciones), sino a ser conscientes de que nuestro guión, por muchas horas que hayamos invertido en él, enfrentado a la prueba de ponerlo en escena, será siempre un pequeño documento incompleto, un mapa del tesoro garabateado sobre una servilleta mojada. Y de que, aunque nosotros estemos seguros de que ahí está el oro, se necesitará mucho trabajo, bastante dinero, más imaginación y un gran equipo para encontrar y desenterrar ese maldito cofre.

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