Encanto
Este verano, en Shanghai, un día que llovía mucho, decidí quedarme en casa de Ines, la amiga que me acogía, en lugar de dar vueltas por la ciudad bajo el agua como un turista tonto, actividad que había desarrollado brillantemente la víspera.
Abrí mi correo electrónico y ahí estaba: la última versión de un guión de largometraje, enviada por un amigo que iba a comenzar a rodarlo en unas pocas semanas. Poco antes de salir de viaje, mi amigo había cometido la insensatez de ofrecerme un pequeño papel en esa película. Yo había cometido la insensatez de aceptarlo antes de leer el guión.
Esa mañana, mientras caían chuzos de punta en la Concesión Francesa y los chinos corrían de un lado a otro, protegiéndose de la lluvia con periódicos, leí aquella pequeña y preciosa historia de amor que tenía mucho que ver con la vida de ese amigo que, dejémonos ya de elusiones, se llama Jonás y es hijo de Fernando Trueba. En cuanto acabé el guión me di cuenta de que el único insensato había sido él.
A la vuelta a España, pasé varias semanas a la sombra, literalmente, para no ser el único bronceado en unas secuencias que se rodaban en verano, pero sucedían en el invierno de la ficción. Todo lo pálido que pude y tras perder un tren, me incorporé al rodaje, que tenía lugar en nuestro nuevo Hollywood: Alicante.
Ahí esperaba ver a un chico de veintisiete años, que solamente había dirigido un corto (y hacía unos cuantos años de ello), enfrentándose a su primer rodaje serio, tratando de imponer su visión de la película a un equipo técnico resabiado y escéptico mientras se resistía a las presiones de un productor tacaño y entrometido. Lo que me encontré no tuvo nada que ver. Sí, ahí había un chico de veintisiete años dirigiendo un largometraje, pero lo hacía como si no se hubiera dedicado a otra cosa en su vida. Ahí estaba, bailando al ritmo de la música detrás del cámara mientras se rodaba un plano en aquella discoteca llena de figurantes estrafalarios. Un chico de veintisiete años que se permitía cambiar la planificación de las secuencias si, de pronto, algo no le convencía, sin sentirse tenso porque eso provocara un cierto retraso en las previsiones de rodaje. Un chico de veintisiete años que no sólo permitía a los actores improvisar, sino que se lo exigía y, casi siempre, acababa prefiriendo las tomas en las que más había inventado el actor. Un tipo que, después de las jornadas de rodaje, mientras todos pensábamos en volvernos inmediatamente a dormir al hotel, se quedaba a ayudar a cargar el camión de vestuario.
Algunas noches, cuando llegaban los DVDs con el telecine de las secuencias rodadas la víspera, Jonás nos reunía a varios actores y técnicos en su habitación del hotel para verlas. Fue viendo a Oriol y Bárbara conversando en un bar (alicantino en la realidad, madrileño en la ficción) cuando me di cuenta de que aquella película estaba rodada en estado de gracia. Jonás había conseguido eso tan extraño, tan difícil de definir y más difícil aún de conseguir que se llama encanto.
“Todas las canciones hablan de mí” no está aún terminada, así que no he podido ver el montaje definitivo. Sin embargo, el mismo tipo de encanto, el mismo tipo de amor por la libertad y el riesgo que vi en esas secuencias del bar están en “El Baile de la Victoria”, la película que Jonás ha escrito con su padre.
(Tal vez por su tono poco realista) es una película extremadamente fácil de atacar. Algunos críticos lo han hecho. Incluso, durante los primeros minutos, yo fui de la misma opinión: el protagonista me irritaba y sólo la presencia de Darín me resultaba soportable. Luego, poco a poco, la película me atrapó. Acabé entusiasmado por el personaje que minutos antes aborrecía y... emocionándome. Sí, lloré. El otro día, en Lisboa, Robert McKee nos decía que la respuesta del público a una comedia es indudable: si ríen, la comedia es graciosa. Pues si lo que pretendía “El Baile de la Victoria” era emocionar, sólo puedo decir que conmigo lo logró.
Estoy seguro de que sentiré algo parecido cuando se estrene “Todas las canciones hablan de mí”, eso sí, si me lo permite ese espantoso actor de las ojeras azuladas.
Aquí, una estupenda entrevista de Jonás a su padre, hablando sobre su colaboración en "El Baile de la Victoria" y de muchas cosas más. (Me he permitido tomar la foto de Thomas Canet que la acompaña). Aquí, aquí y aquí tres posts de Jonás sobre su visita al rodaje. Aquí otro en el que habla brevemente sobre la experiencia de dirigir "Todas las canciones hablan de mí".
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